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Algunos desafíos de educación en tiempos de disociación

La distancia entre la política y la vida cotidiana parece agrandarse cada vez más. Mientras las decisiones se toman desde la comodidad institucional, los barrios laten con otras preocupaciones que rara vez llegan al Estado.

Todos tenemos algún tipo de idea de lo que está pasando, con mayor o menor detalle, cada quien sabe lo que vive y a su vez construye una realidad algo más amplia. Basta con prender la tele, escuchar la radio o navegar por redes sociales y somos atacados por comentarios, publicaciones, opiniones que nos van moldeando alguna realidad. La cual evidentemente es más compleja o ha sido dinamizada en especial por la vertiginosa proximidad de las elecciones nacionales de medio término.

Situación que hace que se nos presente que lo bueno es excelente y lo malo es pésimo, es decir poco importa la construcción subjetiva de lo que atravesamos cotidianamente, sino que debe primar una idea colectiva que genere cierta tendencia que pueda hacer ganar una elección.

Ahora bien, espero se me permita sugerir que no es poca la gente de a pie, que vive su vida, que transcurre sus mañanas, tardes y noches en sus barrios, que lavan los coches en las veredas, que van al comercio de cercanía, que toman mates con el vecino y que sus hijos juegan a la pelota en las calles o en las plazas. Entonces me consulto, ¿cuál es la distancia real entre clase política y ellos?

En respuesta a este interrogante cobran especial significado los conceptos de educación y disociación, para comprender algo más de lo que está sucediendo.

Me refiero a la educación en tanto “el proceso de adquirir conocimientos, habilidades, valores y creencias que permiten el desarrollo integral de un individuo y contribuyen al progreso social y cultural”. Considerándose inclusive un derecho humano fundamental.

Y a la disociación como “una desconexión mental que ocurre como mecanismo de defensa ante situaciones de trauma o estrés abrumador, separando la experiencia consciente del yo”.

Este intersticio de no poder identificar entre lo real y lo esperado, lo concreto y lo discursivo tira por la borda cualquier tipo de responsabilidad institucional que pudiera caberle a la dirigencia política, permitiéndoles recorrer caminos distantes, cómodos o por lo menos de poco impacto territorial.

En todo este escenario de representatividad y de delegación de responsabilidades hay algo que uno nunca termina de entender y un poco motiva la reflexión, debiendo pensarlo, tensionarlo y discutirlo, me refiero a comprender: ¿qué es lo que está en juego cuando se gobierna?, ¿qué es lo que está en juego cuando se delega? y ¿qué es lo que uno termina descansando en ese otro? Es decir, ¿puede haber algo más allá de la emisión del voto cada tanto tiempo?

Hay también en esa generación de opinión pública, en esos debates en redes sociales, posteos, comentarios u opiniones con amigos o en grupos de redes sociales, cierto descontento, cierta interpretación, cierta participación muchas veces cruzada, que también hace a la política o al juego político, pero se quiera o no, no termina repercutiendo, permeando en los debates o en los discursos más políticos e institucionales.

De alguna manera, lo que quiero decir es que toda esa tensión, esa discusión, esa reflexión que existe en el barrio, pocas veces llega al Estado.

Situación que le permite a los gobernantes tomar decisiones como poco con escasos fundamentos técnicos, o con baja base en los datos y realidades, pero, sobre todo, no pagar las culpas por las decisiones que excusan como institucionales, cuando bien sabemos que todo es político.

Quita de subsidios, aumento en el transporte público, suba en los combustibles, baja en las paritarias, son decisiones administrativas / institucionales, pero de corte político ideológico.

Pero claro mientras esto sucede, mientras el estado y sus organismos responden al mandato de la política, siguiendo directivas, planes y desarrollando las políticas públicas que entiende esa gestión, son las necesarias, vecinas y vecinos no disponen de las herramientas para comprender más allá de los eslóganes de campaña, los apellidos conocidos vinculados a alguna obra pública (algo antigua) o promesas desde lo «anti».

mientras el estado y sus organismos responden al mandato de la política, siguiendo directivas, planes y desarrollando las políticas públicas que entiende esa gestión, son las necesarias, vecinas y vecinos no disponen de las herramientas para comprender más allá de los eslóganes de campaña, los apellidos conocidos vinculados a alguna obra pública (algo antigua) o promesas desde lo anti.

Se recrudece ahí la necesidad de educación para comprender el estado y las políticas públicas.

La imagen más nítida de esta situación fue la semana pasada cuando al sintonizar la radio un vecino de mi localidad expresó su indignación con el PAMI por no entregarle la silla de ruedas que estaba tramitando ante su inmediata necesidad y denunciando que quizá la conseguiría recién cuando quede inválido. Continuó haciendo un llamado a la solidaridad a quien pueda donarle una y que dios le iba a retribuir el doble y prosiguió (para sorpresa mía), agradeciendo por el Presidente que tenemos porque se preocupa por el futuro del país.

En esta imagen se resume el debate que antes se exhibía, como quien no identifica que el estado y sus organismos en este caso el PAMI tienen un orden jerárquico, respondiendo directamente a los mandatos y lineamientos del poder ejecutivo nacional.

Esta imagen disocia el rol y desarrollo de un estado que en este caso complica la vida de un vecino al no entregarle la silla que necesita, como si este organismo fuera autónomo u obrara de mala manera para salpicar la imagen de un gobierno nacional que ya dijo que si la gente se muere de hambre es porque quiere.


artículo producido y escrito por Federico Vasches, politólogo e integrante Observatorio de Políticas Públicas y Sociales de Río Negro.

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