Día del Periodista: memoria y resistencia en la era digital

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    En la era de la desinformación y la inteligencia artificial, el periodismo enfrenta un nuevo desafío: mantener su esencia y su compromiso con la verdad. En un contexto de censura y violencia, el periodismo valiente sigue siendo una herramienta clave para incomodar al poder y visibilizar las voces silenciadas.

    Cada 7 de junio se celebra en Argentina el Día del Periodista y de la Periodista. Esto se debe a que, un día como hoy pero de 1810, el periodista y abogado Mariano Moreno fundó La Gazeta de Buenos Ayres. Este primer periódico surgido tras la Revolución de Mayo no solo marcó un hito fundacional para la prensa nacional, sino que representó una herramienta clave para difundir los ideales emancipadores de la Primera Junta.

    En 1938, durante el Primer Congreso Nacional de Periodistas en Córdoba, se decidió establecer esta fecha como un reconocimiento al rol esencial del periodismo en la construcción democrática y la vida pública del país.

    Han pasado más de 80 años desde ese hecho fundacional y corrió mucha agua bajo elpuente. La historia del periodismo argentino es una historia marcada por la tragedia y la injusticia, por la resistencia y el coraje, una historia signada por la sangre de mártires, cuyos nombres y rostros hoy resuenan en el inconsciente colectivo de la sociedad argentina. Imposible no hablar de Rodolfo Walsh, asesinado por la dictadura tras denunciar sus crímenes en la célebre Carta abierta a la Junta Militar.

    Inevitable no recordar a José Luis Cabezas, asesinado en 1997 por fotografiar al empresario Alfredo Yabrán, en un crimen que expuso los vínculos entre poder económico, político y mafias. Ineludible no referirse, cuando hablamos de periodismo, a lo recientemente sucedido con el fotógrafo Pablo Grillo, gravemente herido por un gendarme -afortunadamente ya recibió el alta- mientras, el pasado marzo, cubría la marcha de jubilados frente al Congreso de la Nación. Una muestra clara de que, en este contexto social y político, el ejercicio del periodismo puede implicar riesgos físicos y simbólicos.

    ¿Qué tienen en común estas historias? La vocación por informar, aun frente a la censura de los aparatos represivos, la violencia o la indiferencia. El periodismo sigue siendo un oficio que, cuando se ejerce con ética y valentía, incomoda al poder, interpela a la sociedad y deja huella.

    “Mariano Moreno en su mesa de trabajo” es obra del pintor e historietista chileno Pedro Subercaseaux (Roma, 1880 – Santiago de Chile, 1956).

    Los nuevos desafíos del periodismo en la era digital

    Hoy, además de los desafíos históricos —como la censura, la concentración de medios o la precarización laboral—, las y los periodistas enfrentan una transformación profunda: la revolución digital, con su caudal inédito de información… y des-información.

    La proliferación de noticias falsas, los discursos de odio en redes sociales y los intentos por deslegitimar a los medios socavan la confianza del público. A esto se suma el avance de las inteligencias artificiales generativas, que abren debates urgentes: ¿pueden reemplazar al periodismo humano? ¿Cómo asegurar que la tecnología esté al servicio de la verdad y no de la manipulación?

    En este nuevo escenario, el periodismo enfrenta un doble desafío: adaptarse a los cambios tecnológicos sin perder su esencia. Porque más allá de las plataformas o los algoritmos, la función social del periodismo sigue siendo la misma: contar lo que otros no quieren que se sepa, visibilizar las voces silenciadas y contribuir a una ciudadanía informada.

    El impacto de las plataformas digitales como intermediarios de la participación política contemporánea es cada vez más imponente, provocando diversos cambios en la intermediación de la ciudadanía con las deterioradas representaciones políticas tradicionales: partidos y medios de comunicación.

    De alguna forma, como afirma Nielsen, en su artículo “Media capture in the digital age” (2017), estamos volviendo al siglo XIX, en aquella época preindustrial, los medios fueron creados para ganar influencia política y social (el dinero no era el mayor objetivo). Luego, en el siglo XX aparecen en un mercado instrumentalizado y son utilizados para influir en las decisiones del Estado, y así beneficiarse económicamente.

    El docente e investigador, especializado en políticas de medios masivos y derecho a la información, Guillermo Mastrini, agrega que presenciamos un campo mediático hiper concentrado. A este mercado se le agrega un sistema de prensa marcado por el patrocinio digital de las big tech, como Google, que gobierna el modelo de negocios actual creado a su semejanza y basado en la extracción (o explotación) de datos personales, para conformar perfiles de consumo y generar publicidad más efectiva y menos costosa, a partir de la “customización de las publicidades”.

    Como una gran cadena de repercusiones, el impacto que provoca este modelo de negocios recae en la fragmentación de las rutinas productivas del periodismo, produciendo resultados alarmantes de autocensura, una de las causas más nefastas para la libertad de prensa.

    Los y las periodistas que son precarizados laboralmente confiesan que se sienten disuadidos de investigar o publicar historias que podrían ser controvertidas para sus empleadores y grandes poderes económicos y políticos. La sobrecarga de trabajo y el modo multitarea de producción individual, sumados a la falta de tiempo y recursos tienen una enorme incidencia en la calidad del trabajo periodístico, esto se ve en la dependencia de fuentes oficiales, sobre todo en los contextos de desertificación informativa.

    Como expresa Fabián Bergero, periodista y docente de la Universidad Nacional del Comahue, uno de los principales problemas que atraviesa la profesión periodística es el alejamiento que tiene la sociedad con respecto a las noticias: “La gente rehuye de las noticias porque no confía en ellas, porque hay muchas fake news, porque las fuentes no son confiables, porque les hacen mal, entonces cada vez más la gente se aleja de la noticia, sobre todo los más jóvenes”.

    Para Bergero, entonces, uno de los grandes desafíos está en volver a “enamorar a las audiencias” para que se interesen nuevamente por las noticias. Esto, resume, ”implica pensar en nuevo formato, pensar en nuevas estrategias, pensar en nuevas maneras de contar historias, y contar historias que empaticen con la gente, lo que tiene cerca de los intereses de la gente”, sin que esto signifique una merma en la calidad de la información transmitida:

    “Escribir en los medios o en la web lo puede hacer cualquiera, pero quienes trabajamos como profesionales de los medios lo que queremos es hacer productos que sean buenos, que sean confiables que sean leíbles, que tengan información, que funcionen como controlador de los poderes del Estado, contar lo que pasa, contar historias, y esto se vuelve cada vez más difícil”.

    Sin embargo, pareciera haber luz al final del camino: “confío mucho, digamos, que hay alternativas, que hay salidas, que hay mucha gente haciendo pequeñas cosas en periodismo, en redes sociales, en pequeñas plataformas, y están empezando a contar otra historia. Está empezando a contar historias de la gente, de sus problemas, de lo que significa vivir en este contexto, que están desafiando las ideas dominantes, que están planteando agendas distintas de los grandes medios de comunicación. Y bueno, no es fácil, pero obvio que tengo esperanza de que esto se va a lograr, porque quizás si no, no sería docente de periodismo”, concluye Bergero.


    «La gente no los odia lo suficiente», Javier Milei

    La polarización política no hace más que acentuar estos fenómenos. El descontento con las democracias representativas ha creado un caldo de cultivo propicio para el surgimiento de líderes outsider de extrema derecha, potenciados por influencers del mundo digital. Los ataques de activistas en entornos mediáticos, muchos vinculados a las “granjas de trolls”, demuestran las transformaciones de la subjetividad política de los últimos años, sobre todo desde la pandemia a esta parte, y se evidencian, por ejemplo, en los acosos sistemáticos en redes sociales, otra de las consecuencias de la digitalización que recae en la libertad de expresión.

    En la Argentina de hoy, se puede ver una acentuada polarización en la comunicación digital. El incentivo del Gobierno Nacional de Argentina a este escenario se expresa en un modelo de comunicación controlada, donde el mismo Milei enfatiza el cuestionamiento público de los medios, los divide entre amigos y enemigos y establece una política de inmediatez populista, mediante la comunicación directa con la ciudadanía.

    Estos se manifiestan en discursos estigmatizantes, declaraciones agraviantes e intimidatorias, y en algunas situaciones, hay avances más profundos, con acciones judiciales civiles o penales, e incluso amenazas de intimaciones o acciones judiciales contra periodistas.

    El periodista Ernesto Picco, en su crónica «El Fusilado que vive» cuenta como el 12 de marzo de este año, el fotorreportero Pablo Grillo fue herido mientras cubría la ya clásica manifestación de los miércoles, en donde jubilados y jubiladas se organizan para reclamar por sus derechos, a pesar de la represión semanal.

    En aquella ocasión la magnitud de la violencia casi se apropia de la vida del fotógrafo, que luego varias operaciones y 83 días de una lenta recuperación fue dado de alta. También cuenta que el caso de Pablo Grillo es uno de los tantos ejemplos de violencia extrema hacia periodistas: «durante el gobierno de Milei, más de un centenar de fotógrafos y reporteros fueron heridos. Nunca en democracia fueron tantos. Las organizaciones de derechos humanos denuncian un plan sistemático de ataque a la prensa».

    Milei en el Día del Periodista – foto: Casa Rosada

    Hoy en día, el periodismo enfrenta desafíos aún más complejos en la era digital. La proliferación de la desinformación, la censura digital y los discursos de odio en plataformas sociales amenazan la confianza pública en los medios tradicionales. Si bien la tecnología ha transformado el paisaje mediático, también ha suscitado un debate profundo sobre el futuro del periodismo y su rol en la sociedad. Las preocupaciones acerca de la manipulación de la información por parte de grandes corporaciones tecnológicas y la precarización del trabajo periodístico reflejan los riesgos de un periodismo que, más que nunca, debe adaptarse sin perder su esencia crítica y ética.

    El creciente control de las plataformas digitales sobre la distribución de la información, la concentración mediática y los efectos del patrocinio digital, junto con la presión económica y política, han creado un entorno donde el periodismo enfrenta una encrucijada: mantener la independencia y la calidad en un contexto de sobrecarga de información y precarización. A pesar de los retos, existe una resistencia en el campo periodístico, especialmente en las pequeñas plataformas y proyectos alternativos que buscan contar las historias de la gente común, desafiando las narrativas dominantes de los grandes medios.

    En este contexto, los periodistas deben repensar sus métodos y formas de conectar con las audiencias, priorizando la confianza, la empatía y la verdad, sin ceder a la tentación de la superficialidad o el sensacionalismo. La polarización política y la creciente hostilidad hacia los medios de comunicación refuerzan la necesidad de un periodismo valiente y ético que no solo informe, sino que también proteja la democracia y los derechos fundamentales.

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