¿Ya se imaginan el contorno de su geografía? ¿O las aguas frías golpeando con fiereza las rocas de sus costas? ¿Aparecen y se borran en un segundo la explosión de las bombas y la lucha cuerpo a cuerpo de los combatientes?
La historia de las Islas Malvinas atraviesa los siglos. Antes de la independencia en 1816 y de la conquista española, los Selknam y Yaganes, pueblos insulares de la Patagonia austral navegaban hacía las islas en sus canoas. La cacica tehuelche Wangülen guiaba los destinos de estas tierras y mares. Bautizada por los exploradores europeos como María “La Grande”, fue clave en el intercambio comercial y acuerdos de paz, hace dos siglos.

Fue el Imperio Español, que en 1520 organizó la primera circunnavegación mundial, desde las “Islas de las Especias”, actual Indonesia, hasta el “Estrecho De Magallanes”, el único paso marítimo natural que conecta el océano Pacífico, en el extremo sur de Chile, con el océano Atlántico, en el hemisferio sur del planeta, donde se levanta la provincia más austral del mundo, Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.
Si bien Fernando de Magallanes murió durante la expedición, sus cartógrafos lograron avistar por primera vez las islas, que se convertirían en un punto estratégico para para las ambiciones coloniales de Europa. Francia, Inglaterra y España disputaban su control para explorar nuevas rutas marítimas y dominar el comercio.
Finalmente, cuando tras la independencia de Argentina, todos los territorios ocupados por el Virreinato del Río de la Plata pasan al nuevo Estado Nación, la provincia de Buenos Aires designa en 1829 a Luis Vernet, germano nacionalizado argentino, como comandante político y militar de la “Isla Soledad”, la más grande de las más de 200 islas que conforman el archipiélago de 12.173 km², según el Instituto de Geografía Argentino.
Apenas unos años después, “el jefe de la estación naval británica en América del Sur, con sede en Río de Janeiro, sir Thomas Baker, impartió la orden y el 2 de enero de 1833 se presentó en Malvinas la corbeta inglesa Clío, al mando del capitán John James Onslow”, escribió el historiador Felipe Pigna para Clarín.
Los pocos soldados que habitaban las islas no alcanzaban para dar batalla, el gobernador Vernet tuvo que rendirse y luego fueron expulsados a Buenos Aires. Ocho años antes de la invasión, Inglaterra había firmado el tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación con Argentina, que reconocía la independencia de la reciente nación libre.
En las islas, la peonada que trabajaba manejando el ganado y la provisión de bienes en condiciones de explotación y humillación con la nueva administración británica, no aguanto mucho, y ese mismo año, el 26 de agosto de 1833 se revelaron al mando de Antonio Rivero, gaucho entrerriano. Los criollos y la indiada charrúa le dieron muerte a los británicos de máximo poder e izaron la bandera celeste y blanca en la roca más alta.
Pero la gesta heroica tampoco pudo vencer al tiempo. La comunicación con las Provincias Unidas del Río de la Plata para recibir ayuda se vio frustrada y anticipó la llegada de la fragata Challenge, el 7 de enero de 1834. El teniente Henry Smith, nuevo gobernador británico tardó dos meses en capturar a Rivero y sus hombres, quienes fueron trasladados a Londres para ser juzgados.
El rey Guillermo IV encomendó devolverlos a Montevideo, Uruguay, las Malvinas aún no se encontraban integradas al sistema legal del Reino Unido y no podían ser imputados bajo leyes británicas.
El revisionismo histórico de José María Rosa sostiene que Antonio “El Gaucho” Rivero murió combatiendo las flotas anglo-francesas en la “La Vuelta de Obligado”, el 20 de noviembre de 1845, actual Día de la Soberanía Nacional. En los años siguientes Argentina se vio enfrentada por su organización política nacional y su lugar en un mundo de cambios vertiginosos.
En la división internacional del trabajo el país se vio integrado al sistema capitalista como proveedor agro exportador, bajo el paraguas estratégico de Inglaterra, hegemón económico de Occidente y principal interesado en las riquezas argentinas.
Sin embargo el reclamo sobre los derechos nacionales sobre las islas nunca cesó, aunque tampoco hubo tratado internacional, acuerdo de cooperación o entendimiento mutuo con avances significativos, para que La Corona reconozca los vastos argumentos geopolíticos y culturales de Argentina.
Más bien el conflicto se mantuvo en un péndulo, donde las tensiones fueron escalando en ciertos momentos. Desde 1961, el Comité Especial de Descolonización de la ONU opina que las Islas Malvinas siguen siendo un territorio no autónomo, es decir, cuya soberanía todavía no está acordada y sugiere un equilibrio en la toponimia al llamar al archipiélago Islas Malvinas (Falklands).
En el apogeo final de la Guerra Fría, las Fuerzas Armadas impulsaron la “Operación Rosario”, para desembarcar el 2 de abril de 1982 en las islas y ejercer por la fuerza el justo reclamo por la soberanía nacional de la totalidad de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur y los espacios marítimos e insulares del Atlántico Sur.
La dictadura militar respondía al Plan Cóndor diseñado por Estados Unidos, aliado histórico de Inglaterra y ambos miembros fundadores de la OTAN, para el control estratégico del hemisferio sur de América. Pero la guerra, que duró 74 días, hasta el 14 de junio, es solo el episodio más trágico de esta trama que significa Malvinas.
La realidad es que desde tiempos remotos es un espacio de la identidad nacional expropiada por la colonización militar y cultural, que el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte imponen desde 1833.
Se trata de una funesta configuración de poder monárquica que huele a podrido por todos lados. No solo es una ocupación incomprensible por la distancia de 12.900 kilómetros en línea recta con su administrador colonial, comparados con los 500 km que separan las islas de Santa Cruz, y que refuerzan el vínculo histórico y geopolítico con la plataforma continental americana y los espacios marítimos circundantes.
Es una ocupación que le permite a Gran Bretaña acceder a valiosos recursos marítimos, como la pesca industrial para destinar a mercados premium, y la explotación de hidrocarburos del proyecto León Marino (Sea Lion),a cargo de las compañías Rockhopper Exploration y Navitas Petroleum. Como en siglos anteriores, su plan geopolítico incluye a las rutas marítimas entre el Pacífico y el Atlántico, en el Estrecho de Magallanes.
La presencia militar y económica del Reino Unido en el Atlántico Sur Occidental es una amenaza real a la soberanía de Argentina, empezando por Tierra del Fuego, que en su carácter bicontinental, las Islas Malvinas son su extensión geográfica natural, y continuando con La Antártida, territorio que cuenta con el mayor reservorio de agua dulce del planeta. Los intereses británicos en el hemisferio sur no son defensivos, son expansionistas.