Hace unos años la pandemia nos dio un cachetazo, el clima nos azota, los recursos se acaban, las especies se extinguen y nosotros (de cumpleaños), nos reproducimos y consumimos cada vez más.
Pero obviemos el panorama que ya conocemos, vamos a situarnos en ese colapso, o en unos momentos previos. Nos trasladaremos dentro de cien años más, a partir de ya.
Ese paisaje distópico llegó o está llegando. La humanidad que sobrevive se concentra en metrópolis desbordadas alrededor del planeta. Hay poca comida, pues queda poco suelo útil, la gran mayoría se desertificó, se contaminó o yace debajo del mar. Todo es polución, además de perder cantidad, perdimos calidad. El agua, el aire y la comida nos enferman, las pandemias son un estado constante.
Estamos en un feudalismo tecnocrático, la población se encomienda a nuevos señores, que controlan la poca producción y recursos. Estamos en conflicto continuo. Es el escenario final del que sí hablamos, ese que seguro ya vimos en alguna película. En estos cien años consumimos todo lo que quedaba, o casi todo, estamos rotos y nos empezamos a consumir entre nosotros. El panorama es oscuro.
Imaginemos que somos parte de esa humanidad, ubiquémonos ahí ¿Qué o quién podría sacarnos del pozo y reconstruir un paraíso desde las ruinas, si es que todavía tenemos posibilidades? Naturalmente pensaríamos en un héroe o una representación de él. Una vacuna, un científico, una nueva tecnología que logra desintoxicar el agua de todo el planeta de una forma rápida, barata y popular.
Podría ser un líder, quien con carácter y audacia libere las masas apartadas e instaure un nuevo orden, más horizontal, más sostenible, menos tóxico. Todas estas opciones son un relato exitista, es a lo que estamos acostumbrados, desde la primera pintura del mamut en la caverna, hasta el último superhéroe (Ursula K. Le Guin: The Carrier Bag Theory of Fiction, 1986).
Pero la naturaleza es distinta, trabaja de otra manera, busca la manera de resistir y persistir, pero siempre con humildad. Materia organizada que se mantiene unida, se dispersa, se cruza y se reinicia, ADN (por ponerle un nombre), desde la primera bacteria hasta el último monito, porque en cien años más: nos los comimos.
La naturaleza, humilde, evoluciona a través de cambios, volviéndose la mejor versión para tolerar este medio químico y físico que nos desgasta, nos rompe y nos mata, desde que empezamos esta extraña aventura. Esto ocurre en silencio, sin explosiones, ni líderes o héroes, sin shows, ni fotos para la portada. Pasa tan desapercibido que no concebimos su inconmensurable importancia. No ocurre en soledad, es mancomunado desde el principio, desde siempre.
El universo está compuesto por muchos átomos distintos, estos se asocian para formar diversas moléculas, que a su vez también se juntan y relacionan entre sí, dando posibilidades infinitas. No estamos aislados. Las especies son millones, tantas que no llegamos a conocerlas mientras ya las estamos extinguiendo. El vínculo con otros tipos de vida no es casual, es fundamental. Funcionamos como un sistema, muchas especies, muchos genes, muchos átomos, muchas moléculas. Diversidad y colores. Raíz, micelio y red.
La solución, el héroe, la vacuna o la explosión total que pensamos que salvarán a la humanidad será el cuento que luego se cuente, el suceso, la historia. Por más que no exista dicha solución exitista, la historia encontrará la forma de inventar un suceso agradable a nuestro oído. Pero lo verdaderamente importante queda oculto, no sirve para el relato. ¿Pues qué será lo verdaderamente importante? O una de las cosas importantes.
Huertas. Un espacio aparentemente modesto, pero profundamente transformador que sostiene y contiene, dando forma a nuevas posibilidades. Las huertas serán las verdaderas salvadoras, los epicentros de resistencia de la vida en el planeta. Como cuando empezó todo este juego, comiendo otra materia organizada, seguiremos siendo materia organizada y permaneciendo.
Solo eso, huertas. La única fuente de alimento de dominio popular, ventaja indómita para sus gestores, brindarán calidad y cantidad de alimentación, salud para la resistencia. Red y organización, tejer y ampliar, esto será fundamental a la hora de organizar la nueva sociedad.
Una huerta será el bastión para la diversidad. La selección y cuidado de semillas permitirá que aun en las peores condiciones se puedan producir alimentos. Aves, insectos y mamíferos encontrarán en ellas un refugio. Filtros para el agua y aire, sombra para los niños, flores para las abejas, compost para las lombrices.
En la huerta del futuro, el homo retomara el contacto con la naturaleza, con las otras vidas. Aquí los ciclos del universo y la fuerza del día a día se entrelazan de forma continua. Así crecerá el estímulo primitivo y la conexión con lo demás, la red, el micelio que vuelve a conectar entre sí y con lo otro, y con el todo.
Probablemente pase desapercibido todo su impacto, no es la primera vez que lo importante no sale en el boletín oficial. De manera silenciosa la magia se expandirá. Quizás su mejor resultado no sea el alimento, la sombra, o las porciones de suelo remediado, y sí, por fin un nuevo paradigma, uno que deje de lado a los héroes, las lanzas, las conquistas y hazañas.
¿Cómo retornamos a lo cotidiano, a la mirada atenta y profunda, con humildad y cuidado? Con un cuento colaborativo, de conexión, sostenible. Una nueva mirada en nuestra cosmovisión: la red, el micelio y el útero confluyendo en solo eso, huertas.
autor: Ignacio Bonilla, ingeniero agrónomo
