Hay periodismo y «periodistas»

    Hace poco la fundadora de Futurock, Julia Mengolini habló sobre el desprestigio que sufren les periodistas que expresan una posición política ante sus audiencias y son tildados como "periodistas militantes". Aun reconociendo diferencias de contexto: ¿es posible salirse de la polarización vigente entre sus dos divisiones más fuertes, el periodismo militante y el periodismo profesional?

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    Militancia y Periodismo

    La crítica al periodismo militante que hace el sociólogo y profesor en Periodismo y Comunicación Política, Silvio Waisbord en su libro Vox Populista: Medios, Periodismo, Democracia (2013) proviene del vínculo entre clientelismo mediático y populismo. Para Waisbord el sustantivo “militante”, que evoca un compromiso político sostenido en el tiempo, desconoce la complejidad de las condiciones que afectan a los medios y al periodismo, a la vez que ofrece pobreza conceptual y reduccionismo analítico. Sugiere que el populismo es una visión de la política que produce divisiones, dificulta el consenso democrático y dinamiza la comunicación polarizante.

    Este pensamiento coloca al periodismo militante como una extensión del populismo, que persigue la lógica binaria “amigo y enemigo» en su comunicación pública. Aunque también reconoce que las bases filosóficas y políticas del primer periodismo impulsaron los grandes debates de la modernidad y sentaron las bases para la apertura democrática. Así el periodismo de ideas fue clave para reconocer la libertad de pueblos subyugados por la esclavitud y el colonialismo, “en una época donde el periodismo, sin excepciones, era partidario” (p. 131).

    Las revoluciones liberales y la modernidad impulsaron a los medios en la era industrial, pensemos en la tinta del libertador Mariano Moreno en La Gaceta de Buenos Aires. Junto con la expansión poblacional de las grandes urbanizaciones de principios del siglo XX, producto de un variopinto flujo de olas migratorias, la denuncia de la explotación obrera y su incipiente organización que ocupaba La Protesta. Los modelos de prensa que engloban la práctica periodística explican la relación de los medios, el Estado y las corporaciones económicas.

    En ese sentido el desarrollo de los medios acompañó las transformaciones del espacio público y los modos de expresión cultural y política potenciados por el capital. Con una gran capacidad de reproducción masiva, la prensa gráfica y radiofónica comercial se consolidó como un sujeto social de relevancia, al convertirse en la principal industria de consumo cultural. Diarios de diferentes identidades y orígenes como La Prensa, Clarín, La Razón y Crítica eran parte de esta nueva oleada cultural.

    La periodista Julia Mengolini compartió un momento en La Charlita, un ciclo de entrevistas de El Destape. Habló sobre su carrera y la situación actual del periodismo, «nos tildaron de periodistas militantes para desprestigiarnos» dijo en el espacio conducido por Jonathan Heguier.

    El Gabo

    En 1978, el Plan Cóndor se desarrollaba a la perfección. En Argentina desaparecían militantes de organizaciones políticas y estudiantiles, dirigentes gremiales, maestros y maestras, mientras silenciaban con el terror a toda una sociedad y sus letras.

    No era muy diferente en el resto del continente. Las dictaduras militares que cumplían con la Doctrina de Seguridad Nacional gobernaban también en Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia y Guatemala ¿Qué podía hacer con esta realidad, Gabriel García Márquez? Él mismo lo dice en la contratapa del libro, «Periodismo Militante» que publicó hace 47 años:

    “En determinado momento de mi vida hago un balance y lo único que me sale sobrando es la fama. Yo quería ser escritor, un buen escritor, que me leyeran, ser reconocido como un buen escritor, pero jamás conté con tanta fama, que es lo más incómodo del mundo por que solo sirve para que te jodan y te hagan entrevistas y entonces me pregunto: ¿qué hago con esta fama. ¡Coño! Me la gasto en política, es decir: la pongo al servicio de la revolución latinoamericana”.

    Tampoco sus palabras previas a ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1982 alcanzan para dimensionar la cantidad y calidad de la obra literaria y periodística de Gabo. En su discurso, La Soledad de América Latina, el escritor convierte en voz su pluma, y ante academia sueca, dejó sentado para siempre, que libertad de los pueblos explotados por el colonialismo, valen mas que cualquier consagración personal.

    El periodista colombiano relato las historias de América Latina, sus penas y sus glorias, sin dejar atrás su compromiso político con las causas que creía justas. Fue el narrador del realismo mágico y el periodismo militante, quien le dio sello a esta forma de concebir la relación del periodista con el mundo que busca describir, y que desde hace algunos años se utiliza en sentido inverso, para defenestrar, como bien señala Julia Mengolini en la entrevista compartida.

    La militancia transportada al periodismo, lejos de ser una macha en la pulcritud editorial, es una bella y mágica distinción que se referencia en quizá, el periodista latinoamericano más importante del siglo XX. Claro que esto no parece importarle demasiado a los «medios independientes», total una historia se puede borrar o escrolear en un clic para evitar información que altere el orden de los discursos hegemónicos.

    En 1976, el escritor peruano Mario Vargas Llosa (1936-2025) le pegó un puñetazo en el ojo izquierdo a Gabo, quien hasta entonces fue su amigo. Si bien es un episodio del que prefirieron no ventilar demasiado, se sabe de sus diferencias políticas y personales, que finalizaron de la peor manera. Dos días después del incidente, el fotógrafo Rodrigo Moya capturó el curioso momento a pedido del propio Gabo.

    El periodismo profesional en su laberinto

    En defensa del periodismo profesional, distinguido por funcionar bajo las estructuras empresariales de los medios comerciales o tradicionales, el intelectual descarta que haya existido una estrategia de control de las condiciones sociales de producción en sus inicios, como indica la historiografía marxista, sino que el proyecto profesional fue un síntoma de la modernidad y su transición en «la búsqueda de nuevas formas de identificación y estratificación social, el ascenso del modelo científico y la consolidación de diferencias socio ocupacionales y culturales en un mundo inmerso en cambios vertiginosos» (Waisbord, 2013, p. 138). 

    Si bien, en la consideración social de nuestros problemas y alegrías, los medios profesionales abrieron sus páginas a las grandes mentes del periodismo y la literatura, paralelamente produjeron una apropiación del sentido de verdad y rigurosidad científica en el tratamiento de la información y transmisión de la realidad, como testigos de la historia y el presente. 

    En sus estudios sobre el poder discursivo, el semiólogo Eliseo Verón manifestó que los medios producen “la realidad” que nos llega moldeada de acuerdo con intereses. Pero no todo es tan lineal, la circulación de sentidos en los medios se retroalimenta con los imaginarios sociales pre existentes y emergentes que construyen nuestras prácticas culturales y comunicacionales. 

    Las ideas sobre la ciencia, religión, sexualidad y los roles sociales, entre otras experiencias del conocimiento que influyen en los sentidos que se disputan la verdad, circulan de abajo hacia arriba, y mucho más de arriba hacia abajo. Los decisores de las estrategias de manipulación informativa tuercen el vínculo original planteado en los contratos de lectura. 

    Acorralados en la comodidad

    Las elites que supieron apoyar golpes de Estado, favorecieron un sentido político uni lineal o binarista de la historia, y así arrinconaron posibles salidas emancipatorias populares. Estas altas esferas de poder, concentradas en Capital Federal, y ligadas al liberalismo económico y la moral del “buen burgués” como ideología dominante, demuestran que la polarización actual no es causa única de la digitalización y los fenómenos tecnológicos contemporáneos que impulsan el derrumbe de la verdad científica.

    El tópico civilización y barbarie en el universo de la literatura argentina es su manifestación más fiel. El campo periodístico no fue ajeno a esta historia. Cuando la noción entre “ellos y nosotros”, o amigo y enemigo, criticada por intelectuales liberales como Waisbord, se volvió moneda corriente para el intercambio de ideas, las elites buscaron acentuar esas diferencias en quienes vivimos los mismos desencantos de la economía y la gestión pública (por no decir las mismas penas).

    El académico de Oxford, Rasmus Kleis Nielsen en su artículo “Media Capture in the Digital Age” del año 2017, la era digital democratiza la producción y el consumo de mercancías culturales, pero no la distribución, que está concentrada en las plataformas de contacto social (WhatsApp, Instagram, TikTok, entre otras). Paradójicamente, Nielsen confiesa que estamos volviendo al siglo XIX, cuando los medios fueron creados para ganar influencia política y social. En esta coreografía, los magnates del capital tecnológico anglosajón, como Elon Musk (X), Bill Gates (Microsoft), Jeff Bezos (Amazon), Sundar Pichai (Google) y Mark Zuckerberg (Meta) se erigen como líderes espirituales de la plutocracia global.

    En un contexto, que requiere mucha atención para no quedar atrás y ser arrasados por la vorágine de las transformaciones tecnológicas que dominan las Big Tech y la Inteligencia Artificial, los grandes medios comerciales ya no pueden competir con empresas transnacionales como Google, Meta o Microsoft, que controlan la producción de sentido, regulan la conversación pública y no son afectadas por legislaciones locales. Al contrario, construyen alianzas desde un lugar subordinado, para no quedar relegados en las narrativas del mundo hiper mediatizado. 

    Lo cierto es que la neutralidad es cada vez menos visible en los catalogados medios profesionales. Sus dueños y financistas saben que seduce y vende más polarizar hacia los extremos del campo político, que esperar una reconciliación democrática que nunca sucederá, en los términos que promueve el ingenuo consenso liberal. Sin transgredir la ética del respeto a la competencia, las divergencias y miradas sobre la realidad, es posible ejercitar un periodismo profesional desde un posicionamiento claro sobre la verdad histórica, repito, sin caer en cegueras epistémicas que dificulten el diálogo. 

    ¿Y en casa como andamos?

    En nuestro país los medios desde sus inicios fueron soportes culturales para que los movimientos de ideas políticas y económicas consigan poder de representación. El periodismo siempre estuvo en la encrucijada del poder, entre la censura, la persecución y también la complicidad. Solo resta su comportamiento, desde el nacimiento del Estado Nación, hasta los tiempos actuales, donde los medios tradicionales tuvieron que acomodarse a las nuevas configuraciones de la economía política de la comunicación.

    El periodismo argentino fue utilizado en la historia democrática por el poder político y económico para instrumentar mecanismos de control social. También lo hacen las mismas empresas hacia las y los periodistas a través de la precarización laboral, una variable de ajuste que encontraron para mantener o ampliar sus negocios, lo que termina generando autocensura por falta de tiempo de investigación.

    El incentivo del Gobierno Nacional de Argentina a este escenario se expresa en un política de comunicación, que la profesora e investigadora en Comunicación Política, Lucía Vicent define como un “modelo de comunicación controlada”, este “implica una serie de discursos y de prácticas que pretenden contrarrestar el poder de los medios de comunicación y lograr que el gobierno sea quien controle la comunicación entre el poder político y la sociedad” (Vicent, 2017, s/p).

    El mismísimo Javo insulta a las y los periodistas que no acompañan la sintonía del gobierno, utilizando neologismos libertarianos: “ensobrados” o “pauteros». Cuestiona también a los medios y referentes culturales que considera enemigos, mediante la comunicación directa con la ciudadanía.

    Claro que no son hechos aislados, el reciente informe titulado «El asedio al periodismo debilita la democracia», del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) dice que el 52,5% de las 179 agresiones registradas contra periodistas durante el 2024 provinieron del Estado o la violencia paraestatal. Estos datos evidencian un 53% de crecimiento de ataques a la prensa en relación con el 2023. Además el informe señala que el 44% de estos ataques ocurrieron en entornos digitales. En este juego de impacto psicológico, el presidente es protagonista, porque de los casos mencionados, unos 56 fueron realizados por el propio Milei.

    Es solo buen periodismo

    No existe entonces una división tajante entre el hacer periodístico militante y profesional. Son distinciones arbitrarias que agigantan la fragmentación social y la individualización de las demandas del sector ¿O la investigación “Operación Masacre” (1957) de Rodolfo Walsh en la redacción e investigación, y Enriqueta Muñiz en los aportes de reporteo, fue “periodismo militante” solo por denunciar los crímenes de la “Revolución Libertadora”? o ¿acaso la postura política e ideológica del escritor, que fue cambiando con el tiempo, entorpeció el reporteo profesional de fuentes y datos? 

    Y al revés, una noticia de cualquier medio que se alinea en el “periodismo profesional” y la “asepsia partidaria” ¿no utiliza recursos narrativos, de organización textual y de expresión de la situación comunicativa y contextual, como el periodismo militante? ¿qué se dice? ¿qué no? ¿cómo es presentada una fuente y qué operaciones semánticas se seleccionan para describirlas? ¿cómo se manifiesta la polifonía de los discursos? es decir, la conversación o el diálogo entre los protagonistas de la historia. En resumen, la profesionalidad del periodismo no puede ser juzgada con antiojeras ideológicas.

    La visión de Waisbord procura que el periodismo militante no se expresa de igual forma en medios financiados directamente por gobiernos, que en radios comunitarias, sindicatos o universidades públicas,, en donde la sostenibilidad depende de la responsabilidad ciudadana. A pesar de su crítica al populismo expresado en los medios de comunicación, el profesor coincide en que todo periodismo, “profesional”, “de ideas”, e incluso el “periodismo militante”, se asienta en algunas verdades que las trascienden: 

    Superando tradiciones y estilos narrativos, la distinción entre periodismo militante y profesional es ambigua y reduccionista. Solo conduce a jerarquizar al periodismo desarrollado en los medios concentrados, de los surgidos de la ciudadanía, cuando estos últimos vienen demostrando a los públicos que la información es un bien social a proteger, mucho más en tiempos de desinformación masiva. 

    Presenciamos la era del buen periodismo de ideas, que presenta una calidad superior, al menos en términos de honestidad intelectual y rigurosidad científica, que el periodismo neutral o profesional. Medios federales de perfil comunitario, en territorios convertidos en desiertos informativos por el desinterés empresarial, la centralización del capital en las grandes cuidades y el control que ejerce las pauta publicitaria de los gobiernos locales. Pequeñas redacciones o proyectos de periodismo digital en canales de streaming, que buscan facilitar nuevas interpretaciones sobre lo político, son buenos ejemplos del buen periodismo profesional. No nos dejemos engañar. 

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